No acostumbro decir ni escribir las llamadas ‘palabras altisonantes’. En esta ocasión no desvío mi posición, solo quiero ser muy puntual en lo ‘textual’ de una carta y de los pensamientos del poeta mexicano Javier Sicilia… la muerte de su hijo, Juan Francisco, ha conmovido, una vez más, a los mexicanos.
Me disculpo por esta ocasión y sostengo mi posición de conservar el lenguaje y el pensamiento, libre de la contaminación de las palabras que corrompen el alma.
Había leído en una o dos ocasiones a Javier Sicilia, nunca su poesía ni sus otros trabajos literarios. Aunque es un destacado escritor y periodista, no estaba presente en la lista de los comunicadores que uno utiliza como referencia en los temas nacionales e internacionales.
Ahora le tocó a él, como le ha pasado a mucha gente en México. El horror de recibir la noticia de que uno de los suyos, en este caso su hijo Juan Francisco, acaba de ser hallado en un auto, con otros jóvenes que presentaban, igual que el descendiente del poeta, huellas de violencia y atados de pies y manos, el mundo se vino encima de Sicilia.
Fue entonces cuando Javier Sicilia regresó a la mente de muchos mexicanos. Nos acordamos de él, de su inusual apellido y de su visión literaria.
Ayer, este hombre, con el dolor a cuestas, movilizó a miles de mexicanos y personas que viven en el extranjero, que “ya estamos hasta la madre del gobierno y los narcotraficantes”
El catedrático y poeta, con el dolor a cuestas, conmovió a los mexicanos por su entereza, por su visión social y por la idea de intentar rescatar a los jóvenes que han sido seducidos por el narcotráfico y por los otros actores del crimen organizado, llamados por Sicilia como “subproducto, del crimen organizado”.
Molesto, el periodistas exigió a los narcotraficantes que “vuelvan a sus códigos, la familia no se toca, los muchachos no se tocan. Les exijo que vuelvan, si van a regresar, a sus cosas”.
El corazón del país está podrido, por eso hay una emergencia nacional, refirió Sicilia.
El periodista ha sido entrevistado en los últimas horas por diversos medios de información en México. En todas las entrevistas ha censurado la postura mediocre, fría e inepta del gobernador de Morelos, Marcos Adame; “ni siquiera cumplió con la cortesía de enviar una corona de flores”, dijo el poeta que ha anunciado su decisión de no volver a escribir poesía, como una forma de protesta por la muerte de su hijo.
Sicilia se refirió también a las muertes y a las muertas de Juárez; censuró, con mucha dureza, la propuesta de César Duarte, sobre quien lanzó un adjetivo subido de tono.
EL HOMBRE Y POETA
Javier Sicilia es un poeta, ensayista, novelista, y periodista, nacido en 1956,
trabaja como columnista. Ha sido fundador y director de El Telar, coordinador de varios talleres literarios, guionista de cine y televisión, jefe de redacción de la revista Poesía, miembro del consejo de redacción de Los Universitarios y Cartapacios, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 1995, profesor de literatura, estética y guionismo en la Universidad La Salle de Cuernavaca y actualmente director de la revista Ixtus. Es poeta ya que heredó su vocación por la literatura de su padre, quién también era poeta.
Sicilia es un ávido lector de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Los temas del poeta están vinculados con el catolicismo y la mística cristiana como marcos para la elaboración poética.
Es autor de los siguientes libros de poesía: "Permanencia en los puertos" 1982, "La presencia desierta" 1986, "Oro" en 1990, "Trinidad" en 1992, "Vigilias" 1994 y 2000. En 1990 ganó el premio Ariel por el mejor argumento original escrito para cine y en febrero de 2009 el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes por "Tríptico del desierto". Actualmente reside en Cuernavaca.
Sicilia nació en la ciudad de México en 1956 y radica en Cuernavaca desde hace varios años.
El 28 de Marzo, su hijo murió en la Ciudad de Cuernavaca asesinado, siendo encontrado en su automóvil, atado de pies y manos, junto a seis de sus amigos. El Poeta, que siempre se caracterizó por ser apolítico encabezó ayer una cruzada contra la "Guerra contra el narcotrafico" de Felipe Calderón, enviando una carta abierta a la Opinión Pública.
LA CARTA
El brutal asesinato de mi hijo Juan Francisco, de Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio Romero Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, se suma a los de tantos otros muchachos y muchachas que han sido igualmente asesinados a lo largo y ancho del país a causa no sólo de la guerra desatada por el gobierno de Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón que se ha apoderado de la mal llamada clase política y de la clase criminal, que ha roto sus códigos de honor.
No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que eran inmensas, ni de las de los otros muchachos que vi florecer a su lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado.
Hablar de ello no serviría más que para conmover lo que ya de por sí conmueve el corazón de la ciudadanía hasta la indignación. No quiero tampoco hablar del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos destruidos.
Para ese dolor no hay palabras –sólo la poesía puede acercarse un poco a él, y ustedes no saben de poesía–. Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada–, desde esas vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que estamos hasta la madre.
Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida; estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo; porque, en medio de esa corrupción que muestra el fracaso del Estado, cada ciudadano de este país ha sido reducido a lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó, con palabra griega, zoe: la vida no protegida, la vida de un animal, de un ser que puede ser violentado, secuestrado, vejado y asesinado impunemente; estamos hasta la madre porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, la cultura y las oportunidades de trabajo honrado y bueno, que es lo que hace a las buenas naciones; estamos hasta la madre porque esa corta imaginación está permitiendo que nuestros muchachos, nuestros hijos, no sólo sean asesinados sino, después, criminalizados, vueltos falsamente culpables para satisfacer el ánimo de esa imaginación; estamos hasta la madre porque otra parte de nuestros muchachos, a causa de la ausencia de un buen plan de gobierno, no tienen oportunidades para educarse, para encontrar un trabajo digno y, arrojados a las periferias, son posibles reclutas para el crimen organizado y la violencia; estamos hasta la madre porque a causa de todo ello la ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes, en sus policías, en su Ejército, y tiene miedo y dolor; estamos hasta la madre porque lo único que les importa, además de un poder impotente que sólo sirve para administrar la desgracia, es el dinero, el fomento de la competencia, de su “competitividad” y del consumo desmesurado, que son otros nombres de la violencia.
De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido.
Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal –los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca, imbécil. Estamos hasta la madre porque en su afán de poder y de enriquecimiento humillan a nuestros hijos y los destrozan y producen miedo y espanto.
Ustedes, “señores” políticos, y ustedes, “señores” criminales –lo entrecomillo porque ese epíteto se otorga sólo a la gente honorable–, están con sus omisiones, sus pleitos y sus actos envileciendo a la nación. La muerte de mi hijo Juan Francisco ha levantado la solidaridad y el grito de indignación –que mi familia y yo agradecemos desde el fondo de nuestros corazones– de la ciudadanía y de los medios.
Esa indignación vuelve de nuevo a poner ante nuestros oídos esa acertadísima frase que Martí dirigió a los gobernantes: “Si no pueden, renuncien”. Al volverla a poner ante nuestros oídos –después de los miles de cadáveres anónimos y no anónimos que llevamos a nuestras espaldas, es decir, de tantos inocentes asesinados y envilecidos–, esa frase debe ir acompañada de grandes movilizaciones ciudadanas que los obliguen, en estos momentos de emergencia nacional, a unirse para crear una agenda que unifique a la nación y cree un estado de gobernabilidad real.
Las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una marcha nacional, exigiendo justicia y paz (la marcha fue ayer en todo el país).
Si los ciudadanos no nos unimos a ella y la reproducimos constantemente en todas las ciudades, en todos los municipios o delegaciones del país, si no somos capaces de eso para obligarlos a ustedes, “señores” políticos, a gobernar con justicia y dignidad, y a ustedes, “señores” criminales, a retornar a sus códigos de honor y a limitar su salvajismo, la espiral de violencia que han generando nos llevará a un camino de horror sin retorno. Si ustedes, “señores” políticos, no gobiernan bien y no toman en serio que vivimos un estado de emergencia nacional que requiere su unidad, y ustedes, “señores” criminales, no limitan sus acciones, terminarán por triunfar y tener el poder, pero gobernarán o reinarán sobre un montón de osarios y de seres amedrentados y destruidos en su alma. Un sueño que ninguno de nosotros les envidia.
No hay vida, escribía Albert Camus, sin persuasión y sin paz, y la historia del México de hoy sólo conoce la intimidación, el sufrimiento, la desconfianza y el temor de que un día otro hijo o hija de alguna otra familia sea envilecido y masacrado, sólo conoce que lo que ustedes nos piden es que la muerte, como ya está sucediendo hoy, se convierta en un asunto de estadística y de administración al que todos debemos acostumbrarnos.
Porque no queremos eso, saldremos a la calle; porque no queremos un muchacho más, un hijo nuestro, asesinado, las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una unidad nacional ciudadana que debemos mantener viva para romper el miedo y el aislamiento que la incapacidad de ustedes, “señores” políticos, y la crueldad de ustedes, “señores” criminales, nos quieren meter en el cuerpo y en el alma.
Recuerdo, en este sentido, unos versos de Bertolt Brecht cuando el horror del nazismo, es decir, el horror de la instalación del crimen en la vida cotidiana de una nación, se anunciaba: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”.
Hoy, después de tantos crímenes soportados, cuando el cuerpo destrozado de mi hijo y de sus amigos ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía y a los medios, debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar, con nuestro grito de indignación para que los versos de Brecht no se hagan una realidad en nuestro país.
Además opino que hay que devolverle la dignidad a esta nación.
Escrita a Rafael Navarro dirjua@prodigy.net.mx
Me disculpo por esta ocasión y sostengo mi posición de conservar el lenguaje y el pensamiento, libre de la contaminación de las palabras que corrompen el alma.
Había leído en una o dos ocasiones a Javier Sicilia, nunca su poesía ni sus otros trabajos literarios. Aunque es un destacado escritor y periodista, no estaba presente en la lista de los comunicadores que uno utiliza como referencia en los temas nacionales e internacionales.
Ahora le tocó a él, como le ha pasado a mucha gente en México. El horror de recibir la noticia de que uno de los suyos, en este caso su hijo Juan Francisco, acaba de ser hallado en un auto, con otros jóvenes que presentaban, igual que el descendiente del poeta, huellas de violencia y atados de pies y manos, el mundo se vino encima de Sicilia.
Fue entonces cuando Javier Sicilia regresó a la mente de muchos mexicanos. Nos acordamos de él, de su inusual apellido y de su visión literaria.
Ayer, este hombre, con el dolor a cuestas, movilizó a miles de mexicanos y personas que viven en el extranjero, que “ya estamos hasta la madre del gobierno y los narcotraficantes”
El catedrático y poeta, con el dolor a cuestas, conmovió a los mexicanos por su entereza, por su visión social y por la idea de intentar rescatar a los jóvenes que han sido seducidos por el narcotráfico y por los otros actores del crimen organizado, llamados por Sicilia como “subproducto, del crimen organizado”.
Molesto, el periodistas exigió a los narcotraficantes que “vuelvan a sus códigos, la familia no se toca, los muchachos no se tocan. Les exijo que vuelvan, si van a regresar, a sus cosas”.
El corazón del país está podrido, por eso hay una emergencia nacional, refirió Sicilia.
El periodista ha sido entrevistado en los últimas horas por diversos medios de información en México. En todas las entrevistas ha censurado la postura mediocre, fría e inepta del gobernador de Morelos, Marcos Adame; “ni siquiera cumplió con la cortesía de enviar una corona de flores”, dijo el poeta que ha anunciado su decisión de no volver a escribir poesía, como una forma de protesta por la muerte de su hijo.
Sicilia se refirió también a las muertes y a las muertas de Juárez; censuró, con mucha dureza, la propuesta de César Duarte, sobre quien lanzó un adjetivo subido de tono.
EL HOMBRE Y POETA
Javier Sicilia es un poeta, ensayista, novelista, y periodista, nacido en 1956,
trabaja como columnista. Ha sido fundador y director de El Telar, coordinador de varios talleres literarios, guionista de cine y televisión, jefe de redacción de la revista Poesía, miembro del consejo de redacción de Los Universitarios y Cartapacios, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 1995, profesor de literatura, estética y guionismo en la Universidad La Salle de Cuernavaca y actualmente director de la revista Ixtus. Es poeta ya que heredó su vocación por la literatura de su padre, quién también era poeta.
Sicilia es un ávido lector de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Los temas del poeta están vinculados con el catolicismo y la mística cristiana como marcos para la elaboración poética.
Es autor de los siguientes libros de poesía: "Permanencia en los puertos" 1982, "La presencia desierta" 1986, "Oro" en 1990, "Trinidad" en 1992, "Vigilias" 1994 y 2000. En 1990 ganó el premio Ariel por el mejor argumento original escrito para cine y en febrero de 2009 el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes por "Tríptico del desierto". Actualmente reside en Cuernavaca.
Sicilia nació en la ciudad de México en 1956 y radica en Cuernavaca desde hace varios años.
El 28 de Marzo, su hijo murió en la Ciudad de Cuernavaca asesinado, siendo encontrado en su automóvil, atado de pies y manos, junto a seis de sus amigos. El Poeta, que siempre se caracterizó por ser apolítico encabezó ayer una cruzada contra la "Guerra contra el narcotrafico" de Felipe Calderón, enviando una carta abierta a la Opinión Pública.
LA CARTA
El brutal asesinato de mi hijo Juan Francisco, de Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio Romero Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, se suma a los de tantos otros muchachos y muchachas que han sido igualmente asesinados a lo largo y ancho del país a causa no sólo de la guerra desatada por el gobierno de Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón que se ha apoderado de la mal llamada clase política y de la clase criminal, que ha roto sus códigos de honor.
No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que eran inmensas, ni de las de los otros muchachos que vi florecer a su lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado.
Hablar de ello no serviría más que para conmover lo que ya de por sí conmueve el corazón de la ciudadanía hasta la indignación. No quiero tampoco hablar del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos destruidos.
Para ese dolor no hay palabras –sólo la poesía puede acercarse un poco a él, y ustedes no saben de poesía–. Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada–, desde esas vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que estamos hasta la madre.
Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida; estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo; porque, en medio de esa corrupción que muestra el fracaso del Estado, cada ciudadano de este país ha sido reducido a lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó, con palabra griega, zoe: la vida no protegida, la vida de un animal, de un ser que puede ser violentado, secuestrado, vejado y asesinado impunemente; estamos hasta la madre porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, la cultura y las oportunidades de trabajo honrado y bueno, que es lo que hace a las buenas naciones; estamos hasta la madre porque esa corta imaginación está permitiendo que nuestros muchachos, nuestros hijos, no sólo sean asesinados sino, después, criminalizados, vueltos falsamente culpables para satisfacer el ánimo de esa imaginación; estamos hasta la madre porque otra parte de nuestros muchachos, a causa de la ausencia de un buen plan de gobierno, no tienen oportunidades para educarse, para encontrar un trabajo digno y, arrojados a las periferias, son posibles reclutas para el crimen organizado y la violencia; estamos hasta la madre porque a causa de todo ello la ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes, en sus policías, en su Ejército, y tiene miedo y dolor; estamos hasta la madre porque lo único que les importa, además de un poder impotente que sólo sirve para administrar la desgracia, es el dinero, el fomento de la competencia, de su “competitividad” y del consumo desmesurado, que son otros nombres de la violencia.
De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido.
Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal –los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca, imbécil. Estamos hasta la madre porque en su afán de poder y de enriquecimiento humillan a nuestros hijos y los destrozan y producen miedo y espanto.
Ustedes, “señores” políticos, y ustedes, “señores” criminales –lo entrecomillo porque ese epíteto se otorga sólo a la gente honorable–, están con sus omisiones, sus pleitos y sus actos envileciendo a la nación. La muerte de mi hijo Juan Francisco ha levantado la solidaridad y el grito de indignación –que mi familia y yo agradecemos desde el fondo de nuestros corazones– de la ciudadanía y de los medios.
Esa indignación vuelve de nuevo a poner ante nuestros oídos esa acertadísima frase que Martí dirigió a los gobernantes: “Si no pueden, renuncien”. Al volverla a poner ante nuestros oídos –después de los miles de cadáveres anónimos y no anónimos que llevamos a nuestras espaldas, es decir, de tantos inocentes asesinados y envilecidos–, esa frase debe ir acompañada de grandes movilizaciones ciudadanas que los obliguen, en estos momentos de emergencia nacional, a unirse para crear una agenda que unifique a la nación y cree un estado de gobernabilidad real.
Las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una marcha nacional, exigiendo justicia y paz (la marcha fue ayer en todo el país).
Si los ciudadanos no nos unimos a ella y la reproducimos constantemente en todas las ciudades, en todos los municipios o delegaciones del país, si no somos capaces de eso para obligarlos a ustedes, “señores” políticos, a gobernar con justicia y dignidad, y a ustedes, “señores” criminales, a retornar a sus códigos de honor y a limitar su salvajismo, la espiral de violencia que han generando nos llevará a un camino de horror sin retorno. Si ustedes, “señores” políticos, no gobiernan bien y no toman en serio que vivimos un estado de emergencia nacional que requiere su unidad, y ustedes, “señores” criminales, no limitan sus acciones, terminarán por triunfar y tener el poder, pero gobernarán o reinarán sobre un montón de osarios y de seres amedrentados y destruidos en su alma. Un sueño que ninguno de nosotros les envidia.
No hay vida, escribía Albert Camus, sin persuasión y sin paz, y la historia del México de hoy sólo conoce la intimidación, el sufrimiento, la desconfianza y el temor de que un día otro hijo o hija de alguna otra familia sea envilecido y masacrado, sólo conoce que lo que ustedes nos piden es que la muerte, como ya está sucediendo hoy, se convierta en un asunto de estadística y de administración al que todos debemos acostumbrarnos.
Porque no queremos eso, saldremos a la calle; porque no queremos un muchacho más, un hijo nuestro, asesinado, las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una unidad nacional ciudadana que debemos mantener viva para romper el miedo y el aislamiento que la incapacidad de ustedes, “señores” políticos, y la crueldad de ustedes, “señores” criminales, nos quieren meter en el cuerpo y en el alma.
Recuerdo, en este sentido, unos versos de Bertolt Brecht cuando el horror del nazismo, es decir, el horror de la instalación del crimen en la vida cotidiana de una nación, se anunciaba: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”.
Hoy, después de tantos crímenes soportados, cuando el cuerpo destrozado de mi hijo y de sus amigos ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía y a los medios, debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar, con nuestro grito de indignación para que los versos de Brecht no se hagan una realidad en nuestro país.
Además opino que hay que devolverle la dignidad a esta nación.
Escrita a Rafael Navarro dirjua@prodigy.net.mx
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