por Rafael Navarro Barrón
Desde hace años el periodismo en ciudad Juárez se ha divido por castas y tribus. La facilidad con la que surgen propuestas periodísticas y medios de comunicación improvisados, originan en el medio político y empresarial las alternativas de contrapeso para lograr los fines mediáticos.
Es evidente, como lo dijo en una ocasión Jesús de Nazaret, que “todo reino dividido en dos sufre violencia”. Esa división es la que se percibe en ciudad Juárez entre los medios de comunicación y periodistas.
Esos medios de comunicación están divididos por élites. Los desprecios entre unos y otros son evidentes y perversos. Las visibles camarillas que han surgido como una medida de reagrupamiento llegan hasta los límites inimaginables: se juntan, hacen negocios con el poder, atienden intereses ajenos a su profesión y se dan el lujo, a través de las ‘asociaciones de periodistas’, de quitar y poner voceros, como si la misión periodística fuera juguetear con el poder entre las sábanas de la degradación profesional.
No es la visión de antes. No son las reglas de antes. No es la pretendida aplicación de la moral, como existía antes, aunque hubiera corrupción y se tejiera el mismo entramado.
Los de la vieja guardia, nuestros ‘maestros’ en el periodismo, lograron tener una visión menos comprometida de la profesión, porque tenían en claro cuáles eran las condiciones del medio. La corrupción no surgía propiamente de los periodistas, sino de los patrones. Los empresarios de esa época pagaban sus nóminas con las dádivas gubernamentales; el Seguro Social, la Recaudación de Rentas del Estado y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, fincaban mecanismos de perdón dirigidos a los dueños de medios de comunicación que recibían todas las facilidades, tan solo por correrles la cortesía. No pagaban impuestos, ni las cuotas obrero-patronales; eran realmente un ‘cuarto poder’.
El gobierno estatal entregaba casas y terrenos a los patrones y a los mismos periodistas, bajo el argumento de apoyos al gremio, en programas ficticios a fondo perdido.
Era como el paraíso de la impunidad. Los reporteros podían traer carros chuecos con placas nacionales y con tarjeta de circulación. Nadie se fijaba en esas nimiedades, porque las reglas así eran. El Registro Federal de Vehículos, una oficina corrupta hasta la pared de enfrente, tenía ese poder para perdonar al gremio y llegar a acuerdos con los periodistas.
La Aduana permitía que pasara todo lo que cupiera por los puentes pagando una cantidad determinada por tráiler, pero a los periodistas les corría la cortesía de cruzar fayuca y vehículos a cualquier parte del país, sin pagar ni un solo cinco, solo con la charola.
Muchos comunicadores recibieron sus títulos universitarios como si fueran licenciados y doctores ‘honoris causa’, sin necesidad de pisar las aulas, solo por ser amigo del rector en turno y ejercer el poder de la pluma.
Infinidad de frases y palabras chuscas inundaron la profesión para darle nombre a la corrupción sin mencionarla.
En el gremio era usual que un reportero pidiera a los medios de comunicación una oportunidad con la famosa frase “no importa que no me paguen, con la pura charola (credencial) tengo”.
Todavía en mis tiempos mozos, fui testigo de la forma en que los viejos periodistas de aquella época eran llamados a ser ‘asesores’, por ejemplo, de la delegación de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, con Manuel Colokuris a la cabeza; de la dirección Profortarah, con Raymundo Romero, hoy director General de Tránsito en el Estado, al frente; Conasupo, con Ramón Reyes, ya fallecido, como delegado; Banrural, con Artemio Iglesias, como director; además de las jefaturas de prensa con los gobernadores Oscar Flores, Manuel Bernardo Aguirre, Oscar Ornelas, Saúl González Herrera, Fernando Baeza.
Durante años se mantuvieron los apoyos a los reporteros consagrados de esa época, que platicaban con orgullo su cercanía con la pléyade de políticos.
La nueva generación de reporteros los vimos con desprecio porque se nos hacían demasiado vendidos para ser periodistas.
El ‘embute’, ‘chayote’, ‘ayudas’, ‘apoyos’ y todos los nombres que recibió la dádiva económica, era utilizada como una importante arma de los políticos. No se diga en las esferas priístas, donde se institucionalizaron los apoyos a los medios informativos (patrones), a los periodistas y a los mismos directores de medios. Eran los tiempos de Alfredo Rohana, Paco Rodríguez Pérez, Diógenes Bustamante Vela, Artemio Iglesias, Mario de la Torre Hernández, César Franco Reyes y otros contemporáneos que hicieron de la política un modus vivendi y eran venerados, casi al nivel de un tótem.
Todas las declaraciones de los líderes priístas eran notas de ocho columnas en los medios impresos, sobre todo en tiempos de elecciones.
Las barbaridades y estupideces surgidas de la boca de Artemio Iglesias, a quien le quisieron dar el nivel de un filósofo, se repiten en la actualidad como si fueran un legado de Platón y Aristóteles.
En ese entorno, los medios de comunicación jugaron el perverso silencio de la profesión, en defensa del PRI; además institucionalizaron la adulación y se convirtieron en priístas (como un sector no oficial del PRI).
En ese mismo tiempo, los medios de comunicación albergaron a los últimos vestigios de la revolución de izquierda. Activistas y guerrilleros reconocidos y fichados ante la Secretaría de Gobernación, ingresaron a los medios informativos y, hay que decirlo, le dieron un toque distintito, indeclinable, con una abierta lucha en contra de la tiranía y corrupción oficial.
Su participación fue definitiva para que se lograran cambios al interior de los medios informativos. Sus luchas, en ocasiones matizadas por su activismo, fueron vistas con simpatía por las nuevas generaciones que nos identificamos más con ellos que con la vieja guardia.
No éramos ni somos una generación ‘santificada’ por la verticalidad. Siempre he dicho que no hay ni un solo periodistas que pise Ciudad Juárez que no se haya ensuciado con el dinero maldito que proviene de la corrupción.
Algunos hemos sido salpicados por los patrones en los medios en los que hemos trabajado y otros por la cercanía con el poder, porque hacemos amigos; hablar de una pureza o rasgarnos las vestiduras, es como intentar cubrirnos con un manto de falso puritanismo, que nos ensucia más porque nos hace ver como hipócritas ante una realidad que nos ha rebasado a todos.
HACIA LA REALIDAD
En esa realidad estamos. No quiero decir que las nuevas generaciones son corruptas por decreto o que nadie se salva. Me refiero a que es el ingreso a la casa del carbonero, donde necesariamente nos vamos a tiznar, aunque seamos sumamente precavidos.
Esas alegorías del gremio están vigentes hoy, cuando un grupo de escritores, algunos desde el anonimato, otros abiertamente, han emprendido acciones en pro y en contra de políticos en turno.
Los blancos son definidos. Desde la mirilla de escopeta se han abierto a la denuncia pública como una obsesión, no como una acción programada y en ocasiones inquietante.
Siempre he pensado que en México, denunciar a un político –corrupto o no corrupto- es como una vacuna. Regularmente, la crítica, lo convierte en un ser inmune, que es incapaz de reaccionar a los señalamientos severos.
De los últimos políticos que nos han gobernado y nos gobiernan, se han dicho cosas terribles. Se les ha acusado de corrupción (porque, según la denuncia, han saqueado al erario público), se les ha vinculado con tráfico de influencias (al otorgar obras públicas a amigos y cómplices), se les ha mencionado como infieles (al tener, no una, sino varias amantes), se les ha relacionado con el crimen organizado…
Cada vez que una denuncia pública sale a la luz, pareciera que el siguiente paso del político es la dimisión, la salida inmediata del organismo de poder donde opera. No ocurre nada. No hay acción alguna, ni social, ni penal, ni es investigado… no ocurre nada.
Lo más lamentable del caso es el tiempo que se pierde en la nada, en la falsa justicia que, por ser falsa, no tiene impacto alguno, pues no recuerdo que en el Estado de Chihuahua o en Ciudad Juárez, haya caído un político de gran envergadura por una nota publicada en alguno de los medios informativos.
La caída del gobernador Oscar Soto Maynez, obedeció al movimiento social que emprendieron importantes empresarios de la época, encabezados por Lázaro Villarreal, padre de Francisco Villarreal Torres, ex alcalde de Juárez; la salida del poder de Oscar Ornelas, fue orquestada desde Gobernación, pero maquilada por el finado líder nacional de la CTM, Fidel Velázquez Sánchez. En el peso político y moral, era más salvable el ex gobernador que el líder del sector obrero, pero ganó el poder.
En Juárez no hay antecedente del derrocamiento de un alcalde en los tiempos modernos. Todos han sido perdonados por el poder superior en turno, aunque tenemos verdaderos pillos como ex alcaldes.
Lo que preocupa en el caso específico de la guerra que se ha levantado en torno al alcalde de Ciudad Juárez, Héctor Murguía, no es la guerra misma, sino los orígenes.
La efectividad de los escritos que se han divulgado a través de correos de Internet y de columnas periodísticas que abiertamente los han reproducido, han generado la idea de que el alcalde Murguía está próximo a renunciar a su cargo o a que será procesado por delitos federales.
Medios impresos han utilizado los textos que se han divulgado por Internet, porque representan documentos de interés, pero no por estar apegados a una realidad, ya que sus datos son muy difíciles de comprobar.
Y a la verdad no preocupa tanto que una persona sea desprestigiada con verdades o mentiras. Las verdades son pequeñas lanzas puntiagudas que nos duelen, pero que no nos matan y las mentiras son lanzas sin punta que solo nos lastiman el alma, pero no dejan huellas eternas.
Me he preguntado varias veces ¿quién puede tener un real interés en que Héctor Murguía deje la alcaldía y por qué? No tengo respuesta.
Sus detractores, quienes quiera que sean, son como el profeta del fin del mundo Harold Hunting: antes del 21 de mayo mucha gente creyó que se iba a acabar el mundo, pero el día 22 se dio cuenta que nada ocurrió.
Los inquietantes informes de que Murguía dejaría la alcaldía después de la visita del presidente, fueron solo eso, noticias que inquietaron como ‘el fin del reinado de Teto’. Pero al día de hoy todo mundo sigue en sus cargos, incluso el jefe de la policía municipal, con todo y sus estridencias, sigue dirigiendo la nave de la seguridad pública.
Después de las desaproximaciones que se han tenido en los cálculos, solo queda preguntarnos si habrá algo más… o la gran pregunta ¿quién tiene interés real en que Teto Murguía se vaya de la presidencia? ¿por qué? Esa es la gran incógnita de muchos.
Y vaya que ha cambiado el periodismo. La profesión pasó de ser narradora de los hechos históricos a actores de la política, pero actores corrompidos, sucios y llenos de perversión.
Si queremos correr a un político, tenemos que ser mejores que él, de otra forma, no somos más que un mal chiste, una broma de mal gusto… un simple hombre con una pluma en la mano, con la que escribimos en la hoja en blanco, mil o dos mil veces, la palabra ‘prostitución profesional’…
Escriba a Rafael Navarro dirjua@prodigy.net.mx
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Desde hace años el periodismo en ciudad Juárez se ha divido por castas y tribus. La facilidad con la que surgen propuestas periodísticas y medios de comunicación improvisados, originan en el medio político y empresarial las alternativas de contrapeso para lograr los fines mediáticos.
Es evidente, como lo dijo en una ocasión Jesús de Nazaret, que “todo reino dividido en dos sufre violencia”. Esa división es la que se percibe en ciudad Juárez entre los medios de comunicación y periodistas.
Esos medios de comunicación están divididos por élites. Los desprecios entre unos y otros son evidentes y perversos. Las visibles camarillas que han surgido como una medida de reagrupamiento llegan hasta los límites inimaginables: se juntan, hacen negocios con el poder, atienden intereses ajenos a su profesión y se dan el lujo, a través de las ‘asociaciones de periodistas’, de quitar y poner voceros, como si la misión periodística fuera juguetear con el poder entre las sábanas de la degradación profesional.
No es la visión de antes. No son las reglas de antes. No es la pretendida aplicación de la moral, como existía antes, aunque hubiera corrupción y se tejiera el mismo entramado.
Los de la vieja guardia, nuestros ‘maestros’ en el periodismo, lograron tener una visión menos comprometida de la profesión, porque tenían en claro cuáles eran las condiciones del medio. La corrupción no surgía propiamente de los periodistas, sino de los patrones. Los empresarios de esa época pagaban sus nóminas con las dádivas gubernamentales; el Seguro Social, la Recaudación de Rentas del Estado y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, fincaban mecanismos de perdón dirigidos a los dueños de medios de comunicación que recibían todas las facilidades, tan solo por correrles la cortesía. No pagaban impuestos, ni las cuotas obrero-patronales; eran realmente un ‘cuarto poder’.
El gobierno estatal entregaba casas y terrenos a los patrones y a los mismos periodistas, bajo el argumento de apoyos al gremio, en programas ficticios a fondo perdido.
Era como el paraíso de la impunidad. Los reporteros podían traer carros chuecos con placas nacionales y con tarjeta de circulación. Nadie se fijaba en esas nimiedades, porque las reglas así eran. El Registro Federal de Vehículos, una oficina corrupta hasta la pared de enfrente, tenía ese poder para perdonar al gremio y llegar a acuerdos con los periodistas.
La Aduana permitía que pasara todo lo que cupiera por los puentes pagando una cantidad determinada por tráiler, pero a los periodistas les corría la cortesía de cruzar fayuca y vehículos a cualquier parte del país, sin pagar ni un solo cinco, solo con la charola.
Muchos comunicadores recibieron sus títulos universitarios como si fueran licenciados y doctores ‘honoris causa’, sin necesidad de pisar las aulas, solo por ser amigo del rector en turno y ejercer el poder de la pluma.
Infinidad de frases y palabras chuscas inundaron la profesión para darle nombre a la corrupción sin mencionarla.
En el gremio era usual que un reportero pidiera a los medios de comunicación una oportunidad con la famosa frase “no importa que no me paguen, con la pura charola (credencial) tengo”.
Todavía en mis tiempos mozos, fui testigo de la forma en que los viejos periodistas de aquella época eran llamados a ser ‘asesores’, por ejemplo, de la delegación de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, con Manuel Colokuris a la cabeza; de la dirección Profortarah, con Raymundo Romero, hoy director General de Tránsito en el Estado, al frente; Conasupo, con Ramón Reyes, ya fallecido, como delegado; Banrural, con Artemio Iglesias, como director; además de las jefaturas de prensa con los gobernadores Oscar Flores, Manuel Bernardo Aguirre, Oscar Ornelas, Saúl González Herrera, Fernando Baeza.
Durante años se mantuvieron los apoyos a los reporteros consagrados de esa época, que platicaban con orgullo su cercanía con la pléyade de políticos.
La nueva generación de reporteros los vimos con desprecio porque se nos hacían demasiado vendidos para ser periodistas.
El ‘embute’, ‘chayote’, ‘ayudas’, ‘apoyos’ y todos los nombres que recibió la dádiva económica, era utilizada como una importante arma de los políticos. No se diga en las esferas priístas, donde se institucionalizaron los apoyos a los medios informativos (patrones), a los periodistas y a los mismos directores de medios. Eran los tiempos de Alfredo Rohana, Paco Rodríguez Pérez, Diógenes Bustamante Vela, Artemio Iglesias, Mario de la Torre Hernández, César Franco Reyes y otros contemporáneos que hicieron de la política un modus vivendi y eran venerados, casi al nivel de un tótem.
Todas las declaraciones de los líderes priístas eran notas de ocho columnas en los medios impresos, sobre todo en tiempos de elecciones.
Las barbaridades y estupideces surgidas de la boca de Artemio Iglesias, a quien le quisieron dar el nivel de un filósofo, se repiten en la actualidad como si fueran un legado de Platón y Aristóteles.
En ese entorno, los medios de comunicación jugaron el perverso silencio de la profesión, en defensa del PRI; además institucionalizaron la adulación y se convirtieron en priístas (como un sector no oficial del PRI).
En ese mismo tiempo, los medios de comunicación albergaron a los últimos vestigios de la revolución de izquierda. Activistas y guerrilleros reconocidos y fichados ante la Secretaría de Gobernación, ingresaron a los medios informativos y, hay que decirlo, le dieron un toque distintito, indeclinable, con una abierta lucha en contra de la tiranía y corrupción oficial.
Su participación fue definitiva para que se lograran cambios al interior de los medios informativos. Sus luchas, en ocasiones matizadas por su activismo, fueron vistas con simpatía por las nuevas generaciones que nos identificamos más con ellos que con la vieja guardia.
No éramos ni somos una generación ‘santificada’ por la verticalidad. Siempre he dicho que no hay ni un solo periodistas que pise Ciudad Juárez que no se haya ensuciado con el dinero maldito que proviene de la corrupción.
Algunos hemos sido salpicados por los patrones en los medios en los que hemos trabajado y otros por la cercanía con el poder, porque hacemos amigos; hablar de una pureza o rasgarnos las vestiduras, es como intentar cubrirnos con un manto de falso puritanismo, que nos ensucia más porque nos hace ver como hipócritas ante una realidad que nos ha rebasado a todos.
HACIA LA REALIDAD
En esa realidad estamos. No quiero decir que las nuevas generaciones son corruptas por decreto o que nadie se salva. Me refiero a que es el ingreso a la casa del carbonero, donde necesariamente nos vamos a tiznar, aunque seamos sumamente precavidos.
Esas alegorías del gremio están vigentes hoy, cuando un grupo de escritores, algunos desde el anonimato, otros abiertamente, han emprendido acciones en pro y en contra de políticos en turno.
Los blancos son definidos. Desde la mirilla de escopeta se han abierto a la denuncia pública como una obsesión, no como una acción programada y en ocasiones inquietante.
Siempre he pensado que en México, denunciar a un político –corrupto o no corrupto- es como una vacuna. Regularmente, la crítica, lo convierte en un ser inmune, que es incapaz de reaccionar a los señalamientos severos.
De los últimos políticos que nos han gobernado y nos gobiernan, se han dicho cosas terribles. Se les ha acusado de corrupción (porque, según la denuncia, han saqueado al erario público), se les ha vinculado con tráfico de influencias (al otorgar obras públicas a amigos y cómplices), se les ha mencionado como infieles (al tener, no una, sino varias amantes), se les ha relacionado con el crimen organizado…
Cada vez que una denuncia pública sale a la luz, pareciera que el siguiente paso del político es la dimisión, la salida inmediata del organismo de poder donde opera. No ocurre nada. No hay acción alguna, ni social, ni penal, ni es investigado… no ocurre nada.
Lo más lamentable del caso es el tiempo que se pierde en la nada, en la falsa justicia que, por ser falsa, no tiene impacto alguno, pues no recuerdo que en el Estado de Chihuahua o en Ciudad Juárez, haya caído un político de gran envergadura por una nota publicada en alguno de los medios informativos.
La caída del gobernador Oscar Soto Maynez, obedeció al movimiento social que emprendieron importantes empresarios de la época, encabezados por Lázaro Villarreal, padre de Francisco Villarreal Torres, ex alcalde de Juárez; la salida del poder de Oscar Ornelas, fue orquestada desde Gobernación, pero maquilada por el finado líder nacional de la CTM, Fidel Velázquez Sánchez. En el peso político y moral, era más salvable el ex gobernador que el líder del sector obrero, pero ganó el poder.
En Juárez no hay antecedente del derrocamiento de un alcalde en los tiempos modernos. Todos han sido perdonados por el poder superior en turno, aunque tenemos verdaderos pillos como ex alcaldes.
Lo que preocupa en el caso específico de la guerra que se ha levantado en torno al alcalde de Ciudad Juárez, Héctor Murguía, no es la guerra misma, sino los orígenes.
La efectividad de los escritos que se han divulgado a través de correos de Internet y de columnas periodísticas que abiertamente los han reproducido, han generado la idea de que el alcalde Murguía está próximo a renunciar a su cargo o a que será procesado por delitos federales.
Medios impresos han utilizado los textos que se han divulgado por Internet, porque representan documentos de interés, pero no por estar apegados a una realidad, ya que sus datos son muy difíciles de comprobar.
Y a la verdad no preocupa tanto que una persona sea desprestigiada con verdades o mentiras. Las verdades son pequeñas lanzas puntiagudas que nos duelen, pero que no nos matan y las mentiras son lanzas sin punta que solo nos lastiman el alma, pero no dejan huellas eternas.
Me he preguntado varias veces ¿quién puede tener un real interés en que Héctor Murguía deje la alcaldía y por qué? No tengo respuesta.
Sus detractores, quienes quiera que sean, son como el profeta del fin del mundo Harold Hunting: antes del 21 de mayo mucha gente creyó que se iba a acabar el mundo, pero el día 22 se dio cuenta que nada ocurrió.
Los inquietantes informes de que Murguía dejaría la alcaldía después de la visita del presidente, fueron solo eso, noticias que inquietaron como ‘el fin del reinado de Teto’. Pero al día de hoy todo mundo sigue en sus cargos, incluso el jefe de la policía municipal, con todo y sus estridencias, sigue dirigiendo la nave de la seguridad pública.
Después de las desaproximaciones que se han tenido en los cálculos, solo queda preguntarnos si habrá algo más… o la gran pregunta ¿quién tiene interés real en que Teto Murguía se vaya de la presidencia? ¿por qué? Esa es la gran incógnita de muchos.
Y vaya que ha cambiado el periodismo. La profesión pasó de ser narradora de los hechos históricos a actores de la política, pero actores corrompidos, sucios y llenos de perversión.
Si queremos correr a un político, tenemos que ser mejores que él, de otra forma, no somos más que un mal chiste, una broma de mal gusto… un simple hombre con una pluma en la mano, con la que escribimos en la hoja en blanco, mil o dos mil veces, la palabra ‘prostitución profesional’…
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