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Denuncia pública: mujer es asesinada por funcionarios del gobierno

Es un caso más de un crimen, impune. Su nombre es María del Refugio, una mujer de 53 años de edad que hoy es velada en un templo de
Ciudad Juárez.
La historia es dramática. Su hijo Javier, de 32 años, salió de casa el miércoles por la noche. El objetivo de este hombre, soltero, único sustento de su madre, era llegar a la maquiladora donde labora de noche.
Javier vive tan lejos de su centro de trabajo que procura tomar la última ruta que entra a la colonia donde vive. No alcanzar el camión urbano representaría para este sufrido obrero caminar más de dos horas, hasta un punto donde las unidades de transporte transita un poco más tarde.
Antes de partir a su trabajo se sienta en la cama, donde está acostada su madre. Tiene cuatro días sin poder levantarse porque se le ha agudizado un problema en el riñón.
María del Refugio preguntó a su hijo por la Biblia que una hermana de la iglesia le estaba forrando. La necesitaba a su lado, la palabra de Dios la reconforta en ese momento difícil. Tiene días en casa sin poder salir ni moverse por sus propios medios. “Mañana se la traigo, mamá… la tiene la hermana Ana”.
El domingo quería ir al templo, al culto matinal, pero en la colonia, todos son tan pobres, que no hubo quién la trasladara en un auto particular.
Antes de despedirse, Javier le enciende la televisión para que vea las noticias. Le sintoniza el canal 5, la acomoda en la cama y cariñosamente le toca la frente. Quiso darle un beso en la frente, pero sintió pena.
Tienen años juntos, sufriendo juntos. Levantándose juntos en las caídas de la vida, en la enfermedad de María del Refugio.
-Que Dios te bendiga, hijo. Se siente cansada. No sabe si es por su problema de salud pero, a veces, le dan ganas de morir. Le queda poco aliento en su vida, pero lo aprovecha para bendecir a Dios…
Javier recorrió las calles polvorosas cuando apenas caía la noche. Alcanzó la última ruta y emprendió su viaje hacia el trabajo de obrero en una de las maquiladoras que han sobrevivido a la barbarie criminal y económica de Ciudad Juárez.


HISTORIAS PARA NO CONTARSE

Cuatro veces, María del Refugio pisó el Hospital General en su penosa enfermedad. Es una de las miles de beneficiarias del Seguro Popular instrumentado por los gobiernos panistas.
Dos veces, la incongruencia, la maldad, el pillaje de los funcionarios de la Secretaría de Salud del gobierno del Estado… la insensibilidad, ocasionaron que aquella pobre, enferma y atribulada mujer que quería vivir, se sintiera la más desdichada de la vida.
En una camilla que aún tenía las manchas de sangre de la noche anterior, cuando un par de hombres baleados en las calles de Juárez, llegaron en estado de gravedad al nosocomio. Uno de ellos murió en la ambulancia, antes de que lo bajaran y el otro en la camilla, donde intenta dormir María del Refugio mientras su hijo acude a Trabajo Social (una cueva de harpías, especializadas en desgraciar la vida a los pobres), a arreglar la cuenta.
Javier ruega, suplica, implora, pero no hay respuesta. Las trabajadoras sociales saben hacer bien su papel. Dicen que no es asunto de ellas, que el mismo gobernador del Estado es el que ha dado la orden de que se cobre a los pobres, que “algo pueden pagar… que todo eso le cuesta al gobierno”… Es que mi mamá tiene Seguro Popular, implora el vástago.
La respuesta es la de siempre… “el Seguro Popular no cubre la enfermedad de su mamá… tiene que pagar”, señala la trabajadora social, tajante, con un acento hitleriano, mordaz, absurdo.
En la pared del nosocomio del Estado aparece la ‘misión’ y la ‘visión’ y los absurdos derechos del enfermo. Ni una cosa se cumple, es una burla, es una simple catarsis para el enfermo y su familia que refleja, como muchos otros discursos, la demagogia oficial.
Para liberar a la mujer ‘secuestrada’ por el
absurdo sistema de cobro, se tiene que recurrir a un funcionario del gobierno Federal, de la Secretaría de Salud que, a su vez, se comunicó con el Jefe de la Jurisdicción Sanitaria y éste, por su cuenta, con el director del Hospital General, pero como no se encontraba en su oficina y nadie lo pudo ubicar, la secretaria atendió la cortesía.
Finalmente, la paciente, fue liberada; las hordas hitlerianas echaban espuma por la boca. Antes de abandonar el hospital vino el regaño “¡Para que hace tanto pedo… de todas formas la íbamos a dejar ir!”, dice una de las trabajadoras sociales que avienta los papeles, que está enfurecida por el regaño.
Javier agacha la cabeza, no sabe que decir. Luego, en un camión urbano, porque no hay para más, traslada a su madre hasta la casa, dos horas de viaje, 120 minutos para odiar la estructura del gobierno y perdonar, al mismo tiempo, todas las ofensas recibidas. Lo hacen en nombre de Dios.
En casa inicia el otro calvario. No hay gas y la estufa de leña hace mucho humo para encenderla en ese momento.
Unos días después vino la otra recaída. La misma historia, hasta que María del Refugio se hartó del sistema de salud; como la fe no decaía, su hijo Javier la convenció de acudir a Torreón, Coahuila, a donde fue enviada por el Seguro Social aprovechando que su hijo la dio de alta.
Un día, ya casi sana, decidió vivir. Se tiñó el cabello, se puso un poco de rubor en la cara y salió del humilde cuarto donde vivía.
El cambio fue notorio. Había logrado recuperar un poco de peso y mucha más fe para creer que pronto estaría bien y obtendría la tranquilidad que había perdido entre hospitales y doctores.
Fue entonces que vino el rebote, la caída. La mujer empezó a sentirse enferma y, hace unos días, regresó a la atención hospitalaria, donde permaneció 72 horas pensando en su pobreza, en lo miserable que es la vida para algunos.
En el inicio de su agonía, todavía con la lucidez de su mente, recordó lo que un pobre tiene que sufrir en su caminar por esta vida. Paradójicamente, la casa de María del Refugio se localiza en una colonia del poniente que se llama Villa Esperanza.
En una ocasión escuchó que el presidente municipal pisaría su colonia. El equipo de trabajo de Héctor Murguía decidió realizar una de las audiencias públicas en la escuela primaria del sector.
Decenas de médicos acudieron al evento y María del Refugio pudo obtener algunas de las medicinas que su hijo Javier no había podido comprar, porque apenas le alcanzaban los 400 pesos que ganaba por semana, para los ‘otros gastos’.
Y allí, desde una silla, debajo de una enorme carpa, observó, con un intenso dolor en el vientre, como el alcalde bailaba la ‘Teto-cumbia’. No le hizo gracia. Desearía tener un poquito de calma y quién abogara por ella, para que las medicinas no le faltaran. No pudo hablar con Teto porque la seguridad era extremada.
Un funcionario municipal que acudió a la audiencia le dijo con mucha ternura “no se apure, mija, yo le consigo las medicinas… présteme la receta”.
Una semana, dos semanas, y la medicina no llegó. Al médico al que le asignaron la receta en Servicios Médicos Municipales, perdió la hojita. Luego pidieron que aquella doliente mujer fuera “personalmente”, a recoger la nueva receta y las medicinas.
Fue entonces que su estado general de salud se agravó de una forma fulminante.

LA ÚLTIMA NOCHE

Fue durante la madrugada. Sola en casa, con la televisión encendida en el Canal 5, que María del Refugio Murió la madrugada del jueves 5 de mayo, un día memorable, histórico y funesto.
Javier encontró a su madre helada, acostada, como la dejó. Una paz surcaba su rostro. Finalmente el dolor de sus riñones cedió del todo; las medicinas que le negaron en los hospitales públicos, ya no fueron necesarias. En cuanto cerró sus ojos, para siempre, acabó su pena. Ese inaguantable dolor que todo lo contaminaba, hasta el color del día, cedió... Dios apagó la llama de la vida terrenal y abrió el paraíso para que pudiera ver su rostro.
A las 13:00 horas, en una caja blanca, sencilla, modesta como la misma muerte, que apenas separa media pulgada el cuerpo del exterior, arribó el cuerpo mortal María del Refugio al lugar donde es velada en este momento.
Frente al altar donde tantos días rogó a Dios por su salud y por sus hijos, el cuerpo de Cuquita, como también se le conocía, espera la sepultura.
El terreno del panteón San Rafael fue condonado por el director de Servicios Públicos Municipales que, en forma presurosa, resolvió el problema. La funeraria San Ángel hizo una simbólica rebaja y envió a uno de sus empleados a llevar el cuerpo… uno más, de los miles de cadáveres que han ido a parar a los camposantos en los últimos meses.
Los rostros de los empleados de las empresas funerarias están convertidos en estatuas vivientes. No sienten ya el dolor. Las lámparas que colocan a un lado del féretro, para simular un par de velas están todas desconchinfladas, pero nadie dice nada, la decoración es lo que menos importa.
Cada detalle del servicio funerario, al que se agregan las velas pirata y una base de aluminio, donde descansa la caja, es un cargo más a la cuenta. Como los familiares están en su dolor, nadie dice nada. Todos aceptan, como lo hacen con la muerte así de trágica, así de dolorosa.
Decidieron llevar el cuerpo al templo, porque en casa no había lugar para la caja. Tenían pensado colocar el féretro en el patio, pedir unas sillas prestadas y colocar una lona sobre la caja, para que no se descompusiera el cuerpo.
Por la mañana, una de las familiares, que es de otra religión, iba a llevar a un señor que canta canciones de la iglesia… para que le cantaran “Señor, me has mirado a los ojos…”, pero la familia quiso que estuviera en el templo de los cristianos, donde ella acudía con mucha frecuencia.
Se han cerrado los ojos del María del Refugio, pero no la esperanza de miles de pobres, que esperan algún día tener ánimo para bailar una cumbia o para acudir a la caja de los hospitales a aventarles en la cara los fajos de billetes que cobran las trabajadoras sociales.
Sueñan con acudir a los hospitales y ser tratados como seres humanos y no como animales; sueñan con su salud y con medicinas. Sueñan en el Paraíso celestial, porque esa es la única esperanza para los pobres.
Descanse en paz la hermana María del Refugio, por ella y por muchos pobres más, continuamos en la lucha.
Escriba a Rafael Navarro dirjua@prodigy.net.mx
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