Por Rafael Navarro Barrón
Voy de sorpresa en sorpresa. Juan Pérez, el famoso Juan Pérez, me ha pedido que seamos amigos en Facebook y yo aquí, trabado por los emisarios del mal, los que se dicen administradores del ‘feis’ que me han bloqueado por 14 días.
Cuando vi la foto de Juan Pérez en el perfil del Facebook, me sentí aliviado. Cuántos años hablando del famoso Sr. Pérez y, de pronto, me pide que seamos amigos.
Estoy molesto con los administradores del Facebook porque son arbitrarios y faltos de sentido común.
En la lógica de mi pensamiento, le pido a ‘fulano de tal’ que seamos amigos en el ‘feis’ porque debajo de su nombre aparece una lista de 43 personas que coinciden con ‘don fulano’ y conmigo en amistad.
Pero cuando le doy la invitación, los administradores de Facebook, que no tengo la más remota idea de quiénes son, me preguntan: ¿está seguro que don fulano lo conoce? Y yo le pongo que adelante, que estoy seguro que va a saber quién soy yo. Pero no, los muy infelices me bloquean porque dicen que estoy mandando invitaciones a gente que no conozco… ¡y tengo con don fulano 43 amigos en común!
Indignado, intento mandarles un correo pero un informe me advierte: ‘Y ni mande correos, porque no los vamos a recibir, está usted hablando con una máquina’.
Todo el problema, me explican en el mismo ‘feis’, es que cuando yo le pedí a algunos de los políticos que viven en mi ciudad, que trabajan para mi ciudad, que invitan a los cibernautas a darlos de alta ¡porque son servidores públicos! que me aceptaran en su red ¡me rechazaron! y los administradores del ‘feis’ me bloquearon por 14 días: sentencia definitiva sin derecho a reclamo.
Por la misma causa me habían bloqueado por tres días, luego por cuatro, luego por siete y por último ¡14 días! en los que ‘NO PUEDO INVITAR A NADIE’ a que lean esta columna porque unos políticos (cínicos, mentirosos…) me bloquearon.
¡Ahora resulta que no me conocen! Bueno y por qué me habrían de conocer si no soy ‘Juanito’, o ‘la auténtica Pechocha’.
Y yo en mi egocéntrico entendimiento, ese que tenemos todos los seres humanos, creí que algunos de ellos al enterarse de que ‘Yo’ (ego) los estaba invitando, me aceptarían, pero no…
A la verdad no sé cómo me metí en este enredo del modernísimo Facebook que cada vez me doy más cuenta que es para las nuevas generaciones… entonces la mía ¿cuál generación es?
Apenas hace algunos años estaba yo, como todo un joven que era, escribiendo en mi Olivetti estudiantil que venía en su estuche blanco con una agarradera de plástico; la cinta que servía para entintar las letras era un complicado carrete que teníamos que enredar con el dedo índice porque la compañía nunca pudo resolver el sistema de rebobinado que solo funcionaba cuando estaba nueva.
En una ocasión, movido por la magia de esas máquinas portátiles (las laptops del pasado), me puse a componerle unos versos… decían más o menos así: Y bien, aquí estoy, de nuevo/ ante el encanto bruto de una imprenta en miniatura/ y el reto humano de su total dominio… Sínfonías de clak, clak, es su producto/ que al contacto exasperante de mis dedos/ la letra, se clava en el tintero/ engendrando su forma en el papel.
Era mi primera y creo que fue la única poesía que he escrito en toda mi vida. Un día, en una reunión de amigos, la compartí con el poeta camarguense Ramón Armendáriz… ¿qué le parece el poema, maestro? ¡Una porquería! Y con el tiempo he llegado a creer que el poeta tenía razón.
Años después, ya en el oficio periodístico, utilizamos máquinas de adeveras. En la redacción del periódico Norte de Chihuahua y luego en el Diario de Chihuahua, utilizamos el mismo Olivetti 98 de escritorio. El borrado no era con la tecla de ‘delete’, sino con un borrador de la marca ‘Pelikan’, de dos colores que poco a poco iba llenando de pequeñas migajitas la base de la máquina.
Estamos hablando de una máquina grande, pesada, imponente… pero también le fallaba el carrete de la tinta. Aunque tenía escala de golpe para la intensidad en la que se tecleaban las letras y los números, casi siempre terminábamos con los dedos adoloridos, pues en los periódicos teníamos que escribir muchas cuartillas.
Ahora, las sorprendentes computadoras, las laptops, las Notebook, los sofisticados celulares y todos esos instrumentos de modernidad, han cambiado los usos y costumbres de la sociedad.
Inicié con el uso de las computadoras en 1987, en el periódico Novedades de Chihuahua. Las notas periodísticas y el esquemado de los periódicos se realizaba en sistemas de computación que empezaban a reflejar lo que sería el futuro en el que ahora vivimos.
Si algo hemos perdido con la modernidad, es la creación, la imaginación, la causa auténtica del amor, la profundidad del pensamiento, la filosofía de la comunicación.
Ahora (perdón por la expresión) cualquier imbécil arma un ‘pps’ (power point), lo viste bonito con fondos de paisajes y música de Richard Clayderman, le pone frases sacadas del mismo Internet y lo sube a la red para que todos se emocionen.
Si el documento gusta, recorre el mundo entero en las famosas cadenas de condenación que contienen filosofía barata… “Si no manda esta cadena a diez imbéciles como usted, algo le puede pasar”. Es el sentimiento ramplón, la mediocridad sofisticada.
No sabemos distinguir entre el arte creativo del corazón, el alma y la mente, y lo que es barato y superficial.
En los cumpleaños y otros aniversarios importantes para nuestros seres queridos recurrimos a las tarjetas virtuales que no nos cuestan y que fueron elaborados por artesanos del Internet. Hemos perdido el arte creativo que proviene de nuestras ideas y nos hemos refugiado en las ideas de otros.
Y lo peor no es eso, nos es más fácil alimentar a un niño virtual, a un caballo animado, a una flor inexistente, a una estúpida granja que es puro objeto de imaginación gráfica, que a seres humanos y animales de carne y hueso.
Todo lo queremos resolver en Internet, hasta nuestros sentimientos. Hemos llevado la hipocresía a su máximo nivel, porque lanzamos felicitaciones que no sentimos y enarbolamos luchas sociales desde la comodidad de nuestras casas.
A esa absurda dinámica han ingresado los políticos mexicanos que se pasean por Facebook dando una falsa cara de lo que es la política y de lo que es su función pública.
Esos falsos redentores de la vida pública están en las redes sociales para incrementar su capacidad de manipulación, midiendo la cantidad de cibernautas que los buscan para comparar esas mediciones con el ego encerrado en el closet.
MUCHO QUE APRENDER
En este asunto de las redes sociales hay mucho que aprender cada día. Un viejo luchador social de Ciudad Juárez reconoce que solo en dos ocasiones ha estado en contacto con las computadoras: cuando le ayudó a su nietecito a poner su nombre en la pantalla y en una ocasión en que le pidieron que pusiera el ‘nip’ de su tarjeta de débito.
Una tarde completa y ya casi entrada la noche, le expliqué (o intenté explicarle) lo que es el Facebook. Tomó un sorbo de café, apuntó unos datos en una libreta que sacó de la bolsa de su camisa y dijo: “es como vivir en una enorme vecindad”.
La referencia me hizo reflexionar y recordé las vecindades de mi tierra natal, Camargo (Chihuahua). El viejo no estaba tan lejos de comprender la similitud de esta red social.
La vecindad tiene su administrador, igual que Facebook, son esos infelices que me bloquearon por 14 días; cada usuarios tiene su propia ubicación (el cuarto de la vecindad), todos confluimos en un mismo lugar donde nos platicamos cosas (el baño y el lavadero); todos nos enteramos de todo (en Facebook hay pocos secretos); nos agrupamos por gustos (también en las vecindades); hay algunos que participan en el ‘feis’ y no los tomamos en cuenta (como ocurre en las vecindades)… hay romances, divergencias, soñadores, lunáticos, filósofos, galanes, escritores, gays, mujeres de la vida galante, niños, jóvenes, ancianos… en fin.
Ese sofisticado modelo de vecindad pueblerina, se ha convertido en el referente de muchas personas solas o con problemas de comunicación. Estos personajes son como Clark Kent, sumisos y atolondrados, insignificantes, pero cuando entran en acción se ponen su calzón rojo, sobre su traje azul y se convierten en superhéroes capaces de cambiar al mundo entero. Son como monstros virtuales que pontifican, que lanzan ideas, que generan polémicas, que divierten, que se enamoran y desenamoran, que no duermen y que hasta se enferman de un mal que se llama ‘feissicopatía’ (sicópata del Facebook).
Y si algo doloroso tenemos que decir del ‘feis’ es que mi generación y la que va más adelante, no se ha logrado ajustar a ese sistema de interacción entre seres humanos. El FB es para gente que vive la vida con mayor rapidez.
Es como meter a un abuelito en una pista de patinaje. Es un hecho que el abuelo podrá moverse en los patines recordando los viejos tiempos, los años mozos, pero en esa vida reumática y de poca efectividad motriz, no será más que un estorbo para los jóvenes que pasan a su lado.
No es que se dificulte el método, el problema es la filosofía del método. En lo particular me gusta regar plantas reales, dar de comer a animales reales y esperar el nacimiento mágico de las flores.
Aunque pasado de moda, aspiro a la carta a puño y letra cuando se quiere expresar lo que se siente y proviene del corazón. Sigo aferrado al arte creativo de las ideas propias. Prefiero pintar una figura de madera o de yeso que una creación virtual en la que se utilizan pinceles inexistentes, pero reales a nuestra vista.
Me preocupa ver tanto enfermo en las redes sociales. Gente que transfiere sus ideales en las mejores fotografías y que engaña la vista de los demás en reflejos de lo que quisieran ser y no son.
Lamento la vida de esos enfermos crónicos del ‘feis’ que no pueden salir de su postración, de su cautiverio. Lo que ellos no saben son verdades imponderables.
Los patinadores de la red caminan tan rápido que solo se detienen a leer las estupideces, las cosas sin sentido, lo que es vago y absurdo. Usted puede gritar que se siente solo, enfermo, deprimido, triste y sin ganas de vivir y nadie lo va a escuchar.
La mejor compañía no son los amigos virtuales o aquellos que están agazapados detrás de una computadora, sino los de carne y hueso, los que tienen aspiraciones por la vida y por la naturaleza.
Use Facebook, pero no deje que Facebook lo use a usted.
Escriba a Rafael Navarro dirjua@prodigy.net.mx
Artículos atrasados www.codigobering.blogspot.com
Voy de sorpresa en sorpresa. Juan Pérez, el famoso Juan Pérez, me ha pedido que seamos amigos en Facebook y yo aquí, trabado por los emisarios del mal, los que se dicen administradores del ‘feis’ que me han bloqueado por 14 días.
Cuando vi la foto de Juan Pérez en el perfil del Facebook, me sentí aliviado. Cuántos años hablando del famoso Sr. Pérez y, de pronto, me pide que seamos amigos.
Estoy molesto con los administradores del Facebook porque son arbitrarios y faltos de sentido común.
En la lógica de mi pensamiento, le pido a ‘fulano de tal’ que seamos amigos en el ‘feis’ porque debajo de su nombre aparece una lista de 43 personas que coinciden con ‘don fulano’ y conmigo en amistad.
Pero cuando le doy la invitación, los administradores de Facebook, que no tengo la más remota idea de quiénes son, me preguntan: ¿está seguro que don fulano lo conoce? Y yo le pongo que adelante, que estoy seguro que va a saber quién soy yo. Pero no, los muy infelices me bloquean porque dicen que estoy mandando invitaciones a gente que no conozco… ¡y tengo con don fulano 43 amigos en común!
Indignado, intento mandarles un correo pero un informe me advierte: ‘Y ni mande correos, porque no los vamos a recibir, está usted hablando con una máquina’.
Todo el problema, me explican en el mismo ‘feis’, es que cuando yo le pedí a algunos de los políticos que viven en mi ciudad, que trabajan para mi ciudad, que invitan a los cibernautas a darlos de alta ¡porque son servidores públicos! que me aceptaran en su red ¡me rechazaron! y los administradores del ‘feis’ me bloquearon por 14 días: sentencia definitiva sin derecho a reclamo.
Por la misma causa me habían bloqueado por tres días, luego por cuatro, luego por siete y por último ¡14 días! en los que ‘NO PUEDO INVITAR A NADIE’ a que lean esta columna porque unos políticos (cínicos, mentirosos…) me bloquearon.
¡Ahora resulta que no me conocen! Bueno y por qué me habrían de conocer si no soy ‘Juanito’, o ‘la auténtica Pechocha’.
Y yo en mi egocéntrico entendimiento, ese que tenemos todos los seres humanos, creí que algunos de ellos al enterarse de que ‘Yo’ (ego) los estaba invitando, me aceptarían, pero no…
A la verdad no sé cómo me metí en este enredo del modernísimo Facebook que cada vez me doy más cuenta que es para las nuevas generaciones… entonces la mía ¿cuál generación es?
Apenas hace algunos años estaba yo, como todo un joven que era, escribiendo en mi Olivetti estudiantil que venía en su estuche blanco con una agarradera de plástico; la cinta que servía para entintar las letras era un complicado carrete que teníamos que enredar con el dedo índice porque la compañía nunca pudo resolver el sistema de rebobinado que solo funcionaba cuando estaba nueva.
En una ocasión, movido por la magia de esas máquinas portátiles (las laptops del pasado), me puse a componerle unos versos… decían más o menos así: Y bien, aquí estoy, de nuevo/ ante el encanto bruto de una imprenta en miniatura/ y el reto humano de su total dominio… Sínfonías de clak, clak, es su producto/ que al contacto exasperante de mis dedos/ la letra, se clava en el tintero/ engendrando su forma en el papel.
Era mi primera y creo que fue la única poesía que he escrito en toda mi vida. Un día, en una reunión de amigos, la compartí con el poeta camarguense Ramón Armendáriz… ¿qué le parece el poema, maestro? ¡Una porquería! Y con el tiempo he llegado a creer que el poeta tenía razón.
Años después, ya en el oficio periodístico, utilizamos máquinas de adeveras. En la redacción del periódico Norte de Chihuahua y luego en el Diario de Chihuahua, utilizamos el mismo Olivetti 98 de escritorio. El borrado no era con la tecla de ‘delete’, sino con un borrador de la marca ‘Pelikan’, de dos colores que poco a poco iba llenando de pequeñas migajitas la base de la máquina.
Estamos hablando de una máquina grande, pesada, imponente… pero también le fallaba el carrete de la tinta. Aunque tenía escala de golpe para la intensidad en la que se tecleaban las letras y los números, casi siempre terminábamos con los dedos adoloridos, pues en los periódicos teníamos que escribir muchas cuartillas.
Ahora, las sorprendentes computadoras, las laptops, las Notebook, los sofisticados celulares y todos esos instrumentos de modernidad, han cambiado los usos y costumbres de la sociedad.
Inicié con el uso de las computadoras en 1987, en el periódico Novedades de Chihuahua. Las notas periodísticas y el esquemado de los periódicos se realizaba en sistemas de computación que empezaban a reflejar lo que sería el futuro en el que ahora vivimos.
Si algo hemos perdido con la modernidad, es la creación, la imaginación, la causa auténtica del amor, la profundidad del pensamiento, la filosofía de la comunicación.
Ahora (perdón por la expresión) cualquier imbécil arma un ‘pps’ (power point), lo viste bonito con fondos de paisajes y música de Richard Clayderman, le pone frases sacadas del mismo Internet y lo sube a la red para que todos se emocionen.
Si el documento gusta, recorre el mundo entero en las famosas cadenas de condenación que contienen filosofía barata… “Si no manda esta cadena a diez imbéciles como usted, algo le puede pasar”. Es el sentimiento ramplón, la mediocridad sofisticada.
No sabemos distinguir entre el arte creativo del corazón, el alma y la mente, y lo que es barato y superficial.
En los cumpleaños y otros aniversarios importantes para nuestros seres queridos recurrimos a las tarjetas virtuales que no nos cuestan y que fueron elaborados por artesanos del Internet. Hemos perdido el arte creativo que proviene de nuestras ideas y nos hemos refugiado en las ideas de otros.
Y lo peor no es eso, nos es más fácil alimentar a un niño virtual, a un caballo animado, a una flor inexistente, a una estúpida granja que es puro objeto de imaginación gráfica, que a seres humanos y animales de carne y hueso.
Todo lo queremos resolver en Internet, hasta nuestros sentimientos. Hemos llevado la hipocresía a su máximo nivel, porque lanzamos felicitaciones que no sentimos y enarbolamos luchas sociales desde la comodidad de nuestras casas.
A esa absurda dinámica han ingresado los políticos mexicanos que se pasean por Facebook dando una falsa cara de lo que es la política y de lo que es su función pública.
Esos falsos redentores de la vida pública están en las redes sociales para incrementar su capacidad de manipulación, midiendo la cantidad de cibernautas que los buscan para comparar esas mediciones con el ego encerrado en el closet.
MUCHO QUE APRENDER
En este asunto de las redes sociales hay mucho que aprender cada día. Un viejo luchador social de Ciudad Juárez reconoce que solo en dos ocasiones ha estado en contacto con las computadoras: cuando le ayudó a su nietecito a poner su nombre en la pantalla y en una ocasión en que le pidieron que pusiera el ‘nip’ de su tarjeta de débito.
Una tarde completa y ya casi entrada la noche, le expliqué (o intenté explicarle) lo que es el Facebook. Tomó un sorbo de café, apuntó unos datos en una libreta que sacó de la bolsa de su camisa y dijo: “es como vivir en una enorme vecindad”.
La referencia me hizo reflexionar y recordé las vecindades de mi tierra natal, Camargo (Chihuahua). El viejo no estaba tan lejos de comprender la similitud de esta red social.
La vecindad tiene su administrador, igual que Facebook, son esos infelices que me bloquearon por 14 días; cada usuarios tiene su propia ubicación (el cuarto de la vecindad), todos confluimos en un mismo lugar donde nos platicamos cosas (el baño y el lavadero); todos nos enteramos de todo (en Facebook hay pocos secretos); nos agrupamos por gustos (también en las vecindades); hay algunos que participan en el ‘feis’ y no los tomamos en cuenta (como ocurre en las vecindades)… hay romances, divergencias, soñadores, lunáticos, filósofos, galanes, escritores, gays, mujeres de la vida galante, niños, jóvenes, ancianos… en fin.
Ese sofisticado modelo de vecindad pueblerina, se ha convertido en el referente de muchas personas solas o con problemas de comunicación. Estos personajes son como Clark Kent, sumisos y atolondrados, insignificantes, pero cuando entran en acción se ponen su calzón rojo, sobre su traje azul y se convierten en superhéroes capaces de cambiar al mundo entero. Son como monstros virtuales que pontifican, que lanzan ideas, que generan polémicas, que divierten, que se enamoran y desenamoran, que no duermen y que hasta se enferman de un mal que se llama ‘feissicopatía’ (sicópata del Facebook).
Y si algo doloroso tenemos que decir del ‘feis’ es que mi generación y la que va más adelante, no se ha logrado ajustar a ese sistema de interacción entre seres humanos. El FB es para gente que vive la vida con mayor rapidez.
Es como meter a un abuelito en una pista de patinaje. Es un hecho que el abuelo podrá moverse en los patines recordando los viejos tiempos, los años mozos, pero en esa vida reumática y de poca efectividad motriz, no será más que un estorbo para los jóvenes que pasan a su lado.
No es que se dificulte el método, el problema es la filosofía del método. En lo particular me gusta regar plantas reales, dar de comer a animales reales y esperar el nacimiento mágico de las flores.
Aunque pasado de moda, aspiro a la carta a puño y letra cuando se quiere expresar lo que se siente y proviene del corazón. Sigo aferrado al arte creativo de las ideas propias. Prefiero pintar una figura de madera o de yeso que una creación virtual en la que se utilizan pinceles inexistentes, pero reales a nuestra vista.
Me preocupa ver tanto enfermo en las redes sociales. Gente que transfiere sus ideales en las mejores fotografías y que engaña la vista de los demás en reflejos de lo que quisieran ser y no son.
Lamento la vida de esos enfermos crónicos del ‘feis’ que no pueden salir de su postración, de su cautiverio. Lo que ellos no saben son verdades imponderables.
Los patinadores de la red caminan tan rápido que solo se detienen a leer las estupideces, las cosas sin sentido, lo que es vago y absurdo. Usted puede gritar que se siente solo, enfermo, deprimido, triste y sin ganas de vivir y nadie lo va a escuchar.
La mejor compañía no son los amigos virtuales o aquellos que están agazapados detrás de una computadora, sino los de carne y hueso, los que tienen aspiraciones por la vida y por la naturaleza.
Use Facebook, pero no deje que Facebook lo use a usted.
Escriba a Rafael Navarro dirjua@prodigy.net.mx
Artículos atrasados www.codigobering.blogspot.com
Comentarios
Publicar un comentario